Texto por Denisse Gotlib, Grecia Monroy y Mariana L. Durand
Tras haberlo visto en concierto el viernes 15 de enero en el foro “Bajo Circuito” de la Ciudad de México, nos encontramos con el músico sonorense de folk Saúl Fimbres para platicar de sus inicios en la música, de su primer disco, “El blues de las amapolas”, y del nuevo que está por grabar en febrero de este año.
Es de noche y el bar se cimbra cuando algún vehículo pesado transita por encima. Estamos debajo de un puente del Circuito Interior, en la Ciudad de México; literalmente “Bajo Circuito”. Un muchacho sube al escenario acompañado de una guitarra y de un artefacto que posa sobre su nunca: es un soporte para armónica que usan los músicos que necesitan las manos libres para tocar un segundo instrumento. “Voy de rodillas por el camino, ay, nena, fuera bueno verte hoy…”. Alguien en el público interrumpe su charla para voltear al escenario. Y es que suena una música que no se escucha mucho en el D.F. pero que engancha rápidamente. La voz de Saúl Fimbres recorre a toda velocidad el Circuito Interior al ritmo de “El blues de las amapolas”.
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Las canciones de este, su primer disco, ocupan la mayor parte del concierto, pero también hay lugar para presentar algunas canciones nuevas. Tanto las unas como las otras cuentan con el apoyo vocálico del público, que corea frases entrañables: “Porque nadie te va a perdonar, cuando caiga la noche entre los humillados”, “Por ti mis trenes se me salen de las vías, un camino se abrirá como la tinta bajo una herida…”. Para algunos es una sorpresa escuchar algunas de estas canciones en nuevas versiones, en las que Saúl no sólo se acompaña de su guitarra y armónica, sino también de músicos que conforman la alineación típica de una banda de rock (batería, guitarra y bajo).
El miércoles 20 de enero nos dimos cita en un bar de la Condesa. Saúl es del norte de México y su acento lo delata, aunque nuestro oído miope escuche todos los acentos de esa región como uno solo. Haber crecido en la frontera hace que, a sus 27 años, su historia de vida esté marcada por los viajes entre México y Estados Unidos, así como por el influjo de diferentes corrientes de música tradicional. Ser del norte, aunque a simple vista imperceptible, determinó en muchos sentidos su modo de hacer canciones; en este contexto podemos ubicar los primeros indicios de un largo trayecto.
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Saúl habla rápido pero hace pausas largas en las que aprovecha para dar un trago a la cerveza. Nos está contando cómo se inició en la música: prácticamente de manera autodidacta. En su adolescencia trabajó como mesero en un restaurante en Las Cruces, en Nuevo México. Pronto se dio cuenta de que cantándole a los clientes recibía más propinas, así que comenzó a hacerlo. Hay algo en su historia que recuerda a la de Nina Simone, quien, inicialmente sólo pianista, comenzó a cantar porque el dueño del bar donde trabajaba se lo pidió: “Mi jefe dijo: ‘si quieres seguir, tienes que cantar’. Entonces, dije: ‘está bien, voy a cantar’, y desde entonces canto”. Son casi obvios sus motivos: ¿por qué cantar? ¿Por qué hacer música? Porque sí, porque es una doble necesidad.
No parece que para Saúl sea necesario dar mayor explicación sobre porqué hacer canciones y publicarlas: “Publicarlas pues para comer y hacerlas para… Porque me gusta. Es una idea muy romántica creer que la canción salva al mundo. Pero si la canción puede salvar a alguien, a una persona aunque sea, está bien; aunque no es mi intención. Obviamente, cuando uno escucha música buena sí hay una salvación dentro de uno. A lo mejor por eso también uno quiere ser bueno, porque quiere reproducir para los demás esa sensación que tuvo uno mismo. No estoy muy seguro, pero por ahí puede ser”.
Antes de cantar, Saúl fue pianista de jazz. Su banda, llamada Bertha’s Ballet, tocaba covers de Chick Corea y de Chuck Mangione. Sin embargo, el piano era muy demandante, el método muy riguroso; no le gustó. Como también escribía, decidió seguir en la música, pero desde otros géneros con los que estaba familiarizado desde niño: el folk y el country.
Su “ser del norte” influye algunas de nuestras preguntas. Sabemos que a partir de 2006 empezaron a ponerse sobre la mira géneros como la crónica periodística para contar lo que pasaba en cuanto a la violencia y el narcotráfico. ¿Pasó algo similar con la música? “Por mil. El narcocorrido es la música de México ahorita. Más que la cumbia no, pero en segundo lugar, fácilmente. Obviamente, al expandirse por todo el país también se vulgariza un poco. Las rolas norteñas tradicionales no son para nada así. El género se deslindó de ciertos códigos para ser más digerible para el resto de la nación. Eso me parece a mí, porque se vende la marca y el tono de la voz, pero las letras y todo lo demás no son iguales para nada. Si vas con un ruco de un rancho y le pones lo que suena ahorita aquí, te va a cachetear. Creo que el narcocorrido es un género muy sincero, no porque vuelen cabezas, sino porque siempre ha sido un género que, aparte de glorificar al delincuente, cuenta historias que le suman más a la realidad: un poquito más de fantasía, un poquito más de nitro. Lo que pasa es que ahorita vivimos en un tiempo en el que no nos asusta nada. Hay que llegar al punto de cortar cabezas para que la gente lo crea. Como la gente vive en un estado de desesperación tan brutal, hay de dos: si no quieres pasar hambre, te haces delincuente; más vale no tener miedo y te la crees. Para eso sirven: son canciones de reclutamiento”.
A diferencia de otras ciudades del norte del país, la dinámica de Hermosillo, la ciudad natal de Saúl, no parece haber cambiado tanto en los últimos años: “Hermosillo es un territorio que siempre ha estado controlado. Ha habido narcos desde la época de mi abuelo y siempre va a haber. Pero es un estado súper pactadísimo. No hay bronca. Salvo en los pueblos: ahí te puede llevar la chingada muy rápido. Pero Hermosillo es una ciudad súper: la gente se la pasa a toda madre ahí, no hace nada, pistea un chingo, tiene dinero. Es muy cómodo vivir ahí, salvo por el calor. Sonora no tiene nada que ver con el norte, con ningún estado. No tiene que ver con Tijuana, con Chihuahua, con Monterrey, nada. Sonora es un estado para gente perezosa, en el sentido bueno”.
Muchos músicos mexicanos recuperan elementos del sustrato de la música tradicional, sin embargo, la sola definición del término “tradicional” pone en aprietos a cualquiera. Para el sonorense, “es una música que le pertenecía propiamente a una región y que conservaba ciertos códigos que se respetaban para que de una persona a otra hubiera una interacción tácita en cuanto al repertorio y en cuanto a la forma de tocar.” Sin embargo, aunque reconoce el influjo que ha tenido en él, Saúl no se asume dentro de esa corriente de música tradicional. De hecho, nos explica que la música tradicional “pura” se encuentra “momificada” y que los últimos resquicios de ese tipo de música es la llamada música de autor: “El iceberg de la canción tradicional es el autor. Antes, lo que definía a la música tradicional es que no tuviera autor. Después, hubo un resurgimiento y hubo música tradicional de autor, que fue “el piquito” de la tradición. A mí me gusta más la música de autor que la tradicional. Realmente, es un intento de rescate. Lo que me interesa es que en la tradición había una nobleza que se perdió. Que sea tradicional o no a mí no me importa. Pero esa nobleza, que otra música no tradicional la recupera, a mí me interesa que se conserve.”
En cuanto a algunos autores importantes en su vida musical, Saúl refiere a Woody Guthrie, Hank Williams, Malvina Reynolds, Bob Dylan y a otros como T. Rex o David Bowie, que, si bien ya no hicieron música tradicional, “empezaron a interpretar la tradición y se despegaron de ella, pero manteniendo esa intensidad” que tanto le interesa. Ahora bien, sobre si tiene algún sueño platónico de colaborar o conocer a alguno de sus favoritos, cuenta que le gustaría conocer a Paul Simon y a Bob Dylan. “Verlos no más y darles la mano. Nada complicado: no más verlos y darles la mano.” Además, narra que una vez en Los Ángeles decidió ir a la casa de César Rosas, el vocalista de Los Lobos: “No me abrió. Él andaba en Alemania de gira. Me abrió su mamá, que es de Hermosillo también —lo investigué— y me mandaron un guardia. Pero le explique a la doña, me vio con una guitarra y como que dijo ‘ah, bueno’. Pero el güey [el guardia] siempre estuvo atrás de mí.”
¿Existe una relación entre ritmos y estados de ánimo? ¿Cómo funciona en el caso de la música tradicional y del folk, donde muchas veces el ritmo y las letras parecen ir en sentido contrario? “Me decía un amigo: ‘no puedo entender una rola de country que sea triste, porque el country es muy feliz.’ Obviamente, el country no es feliz, pero el country o lo que se parece al country suele llevar melodías más rápidas, más campiranas, que sí pueden ser muy felices y, sin embargo, tienen letras muy tristes. Todas las rolas de country puro son tristes. Hay rolas de folk que son muy tristes, pero la melodía es muy rápida. Es como una onda agridulce, estilo José Alfredo [Jiménez], no sé. Muchas rolas de folk están en tono mayor y eso es más brillante. A mí me llamó mucho la atención cómo una rola en tonos mayores y rápida podía ser triste. Pero ¿por qué? No lo sé. No entiendo bien por qué, pero así es”.
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Los que somos ajenos a una disciplina o a un arte, pero admiradores de ella, siempre tenemos curiosidad por el momento de creación. Saúl compone cuando tiene ganas: “Me encierro solo y ya, a fumar”. Nos cuenta que usualmente la música y la letra salen al mismo tiempo: “Hay autores que escriben de forma muy sencilla, pero son muy profundos. Yo pensaba: ‘ah, este verso en esta canción funciona, pero ¿por qué?, si el autor usa una palabra común y corriente, en un orden coherente’. Me clavé analizando eso, así que le entendí y luego ya me sale a mí.”
El blues de las amapolas (2014) es el primer y único disco de estudio de Saúl. El proyecto, según nos cuenta, fue idea de alguien más, aunque él se convenció de que era la idea adecuado. Este disco lo grabó en poco más de dos horas, en el estudio Codependiente, en la colonia Roma, en el D.F., con la ayuda de “Jandro” [Alejandro Jiménez] en la mezcla. Saúl, solo, con guitarra, armónica y voz, grabó todo al mismo tiempo. Al hablar del disco, no se muestra particularmente afecto al proceso de la grabación y nos detalló la razón: “Sí me gusta. Lo que pasa es que fue muy difícil grabar ese disco. Igual no me cobraron nada para grabarlo; me cobraron 1000 pesos, pero yo no los tenía. No tenía dónde vivir ni qué comer. Así estaba muy cabrón.”
Una de las canciones más emblemáticas del disco, “Siglo XXI”, suena como un monumento a la nostalgia de pertenecer a este tiempo y este lugar. “Nena, éste es el siglo XXI, te va a hacer llorar, pero siempre nos queda usar anestesia”. Saúl sabe que, si bien la desesperación parece ser una particularidad de nuestro siglo, también podría caracterizar a cualquier otro: “Todos los siglos te van a hacer llorar. Me gusta pensar que estamos viviendo en el siglo más jodido, aunque no es cierto… Es como una cuestión egocéntrica. Pero cualquier siglo te hubiera hecho llorar. Si hubieras nacido en el siglo V o en el IV: te va a hacer llorar. Pero nos tocó éste, ni modo.”
A Saúl le gusta dar conciertos, especialmente “si no los armo yo, ni hago la publicidad, ni llevo el equipo; si nada más me subo a tocar, me encanta.” Como muchos artistas que han empezado desde abajo, tiene experiencias de todo tipo estando sobre el escenario: “Me han gritado, me han bajado… creo que fue en Sonora, de hecho. Hay veces que me merezco que me bajen y no me bajan, pero aquella vez no me lo merecía. Pero pues está bien… ¿Sabes qué no me gusta? Tocar cuando no te escuchan, ni siquiera para mentarte la madre. Me aburre. La gente a veces tiene una pereza auditiva muy cabrona”.
Como muchos de sus seguidores ya saben y como pudimos atestiguar en el concierto del pasado 15 de enero, quedan aún muchas canciones pendientes que quizá estaremos escuchando para mediados de febrero. Saúl se encuentra actualmente trabajando en un nuevo disco. Nos adelantó, por el momento, que en esta ocasión está trabajando con tres músicos: René Ibarra (bajo), Paulino Monroy (guitarra) y Red Jesus [Fernando Acosta] (batería). Espera incluir dos canciones del disco pasado, pero en nuevas versiones con grupo. “Las otras diez son nuevas y la mayoría irán también con grupo.” Si bien Saúl grabó el disco anterior en solitario, destaca que quiere “experimentar qué es grabar con grupo y ver cómo mezclar. Hay muchas rolas que creo que tienen la posibilidad de meter banda.” Por otro lado, a diferencia de en El blues de las amapolas, en este segundo álbum no incluirá canciones en inglés, pues cree que no funcionan para el público del centro del país.
Versiones con grupo de algunas de estas viejas y nuevas canciones se pueden escuchar ya en YouTube. Además, “El blues de las amapolas” está disponible en plataformas digitales. En estos días, escuchar buena música es, en cierto modo, fácil, porque hay muchos proyectos valiosos por ahí. El de Saúl Fimbres es uno de ellos. Lo que lleva recorrido hasta ahora promete mucho, pero, como dice una de sus propias canciones, “No es el principio… tampoco el final”.
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